Todo está inventado.
Me hace mucha gracia cuando escucho a algunos educadores actuales hablar sobre las excelencias de tal o cual sistema frente a los de antaño.
Tendemos a pensar que nosotros lo hemos inventado todo. Que la tecnología es la prueba irrefutable de que somos más inteligentes que nuestros antecesores, y que en los “viejos tiempos” todo se hacía a base de disciplina y castigos.
El hecho tecnológico no es indicativo de la inteligencia sino de la superación constante y escalonada del ingenio humano. Del sumatorio de conocimientos adquiridos durante generaciones mediante el simple método de “ensayo y error”.
Si alguien en su ingenuidad cree ser mejor por vivir en el siglo XXI le recomiendo que trate de leer cualquiera de las obras de los clásicos. Pongamos la “Metafísica” de Aristóteles, y que luego saque sus conclusiones. Evidentemente los conocimientos científicos de cada época eran los que eran pero la capacidad intelectual no ha variado. Bajémonos de nuestro pedestal.
Lo mismo ocurre con el escultismo. Algunos monitores de hoy creen a pies juntillas lo que he comentado acerca de la disciplina y el método, y piensan que en su origen el movimiento era poco menos que una burda copia militar aplicada a los chavales, con disciplina, castigos, bandas de trompetas, desfiles y formaciones por doquier.
A todos los que así piensan les pido que se tomen unos minutos en leer los extractos que figuran a continuación (resalto aquello que me parece más interesante). En ellos nos damos cuenta de que desde sus mismos comienzos el sistema ya era el que es, y que los problemas de la juventud no eran tan diferentes de lo que nos creemos. La juventud siempre ha sido inquieta. Lo es por naturaleza, y siempre ha tratado de cambiar las cosas. Y los adultos siempre han sido, y siempre serán, más conservadores. Tratan de mantener las cosas tal y como ellos se las encontraron porque se sienten más cómodos en un esquema que ya conocen.