Seguro que ante esta rotunda afirmación cualquier lector pensará que la reflexión no puede esconder nada nuevo ante algo tan evidente. Pero mi reflexión parte de unas experiencias determinadas, por unas circunstancias pasadas, insalvables, que diseñaron el escultismo en una época, en unos jóvenes llenos de ilusión y en unos grupos nuevos, emergentes, donde lo más importante era el sobrevivir, como objetivo único y prioritario. Sobrevivir para poder dar a las generaciones venideras lo que recibimos de manos de otros jóvenes que nos precedieron con la misma ilusión y entusiasmo.
Cuando esas circunstancias han cambiado, es evidente que las condiciones y los recursos con los que disponen los educadores scouts no son los que teníamos hace veinticinco años, me causa sorpresa que se repitan patrones de conducta educativa, evidentemente no justificadas. Me refiero al “método educativo” de repetir lo que hicieron conmigo mis scouters cuando yo era un educando, basándose y justificándolo con el fundamento de “si funciono conmigo… ¿porqué no va a funcionar con estos chavales?”.
Este planteamiento hace que cosas tan triviales como enseñar una canción se perpetúen por los tiempos, y al cabo de veinte años echas un vistazo en una sección del que fue tu grupo y observas con incredulidad que se siguen repitiendo las mismas canciones, los mismos juegos, los mismos talleres, las mismas técnicas… y que además siguen un patrón temporal establecido muchos años atrás, justificado en su tiempo pero que en nada responde a las necesidades actuales.
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